domingo, 17 de agosto de 2008

Los horrores del arte contemporáneo, Regina Galindo (Réplica21, 2 de julio, 2006)

A continuación un texto que me parece interesante para la reflexión sobre el arte en la actualidad.


Está entendido que necesitamos del arte, no sólo para entretenernos o distraernos de las actividades cotidianas, sino porque el mismo proceso artístico resulta fundamental para interpretar el mundo y, según algunos, para cambiarlo.
El arte, visto desde un sentido meramente práctico, nos sirve para narrar el pasado, para evidenciar y retratar la sociedad, sus aciertos y contradicciones y denunciar aquello que atenta contra los principios y valores universales. Sin embargo el arte también ha sido un medio de manipulación y aleccionamiento y, en muchos casos, la bandera de grandes instituciones que controlan y dominan los movimientos artísticos para conveniencia de ciertos círculos que atentan el poder social y económico.
René Huyghe dijo, por allá del año de 1969, que el "deber del arte implica que conserve la capacidad de juzgar, de determinar lo que viene de una reacción impulsiva, acabada, y lo que se adapta a ella de una manera fecunda a fin de asegurar al futuro su marcha constante." Sin embargo reconocemos también que el artista tiene el derecho de echar a volar su imaginación, incluso debe hacerlo, de forma que le permita retratar selectivamente la realidad; el artista distorsiona lo que percibe del mundo, calculada y abiertamente, con el fin de darnos nuevas perspectivas que no salen espontánea o naturalmente del mundo material.
Teóricamente no es difícil estar de acuerdo en lo anterior, quizá nadie pone en duda la función subversiva y reveladora del arte; el problema es cuando esta subversión se manifiesta materialmente en una obra. Veamos el caso de Santiago Sierra, uno de los artistas más polémicos de los últimos años. Sus obras han tratado sobre temas como la prostitución, la inmigración, la pobreza, el racismo, la violencia o la guerra en lugares en los que su significado conlleva un mensaje reveladoramente confrontativo. En marzo de este año presentó en la localidad de Pulheim (Stommeln, Alemania) una pieza titulada 245 metros cúbicos, donde convirtió una sinagoga en una cámara de gas. Colocó una serie de mangueras que canalizaban, a través de las ventanas, las emisiones de gas de los tubos de escape de seis coches situados en el exterior del edificio. Los visitantes debían entrar provistos de máscaras antigás y acompañados por un bombero.
Santiago tuvo que clausurar anticipadamente la muestra debido a la polémica generada. La intención de Sierra según comentaron los diarios de la localidad era "honrar la memoria de los judíos asesinados masivamente" a través de un "trabajo contra la banalización de la memoria del Holocausto". Pero la polémica llegó hasta altos niveles, Stephan J. Kramer, secretario ejecutivo del Consejo Central Judío de Alemania, declaró que la pieza "era un insulto a las victimas" y una "baja acción que rebasó los limites de lo aceptable", cuestionando "¿porqué debemos provocar a las víctimas y no a los victimarios?". Poco después Sierra realizó la acción Los Castigados en la ciudad de Frankfurt, donde contrató a un grupo de alemanes nacidos antes de 1939, a los que les pidió que se colocaran en nueve sitios distintos de la ciudad alemana, mirando a la pared, en actitud sumisa y en silencio total; el sentimiento de la culpa alemana estaba presente de nuevo en este trabajo.
Quizá el fondo de toda esta polémica estriba desde donde se interpreta una obra y no desde donde se conceptualiza. Mientras Sierra manifiesta que su trabajo refleja una crítica sobre cuestiones relacionadas con el capitalismo, las leyes del mercado, la violencia y su dramático reflejo en la sociedad actual. Otros consideran que el artista "utiliza" las miserias ajenas para su propio beneficio; declarando que no es posible denunciar la explotación, explotando él mismo a las víctimas. Donde contratar a gente para desarrollar las acciones sitúa a estas personas en un plano paralelo al real. Generando una jerarquía clara donde hay un dominador y un dominado que produce un sentimiento de violencia. Pero ¿es la pieza en sí violenta o es una simple muestra de ella? ¿es porque el artista no es en sí la víctima (no es judío, no es pobre, no es una mujer mancillada...) y por ende no tiene derecho de denunciar el horror o manifestar su indignación?, ¿acaso sólo los judíos, los pobres o las prostitutas son los que tienen derecho a manifestarse de manera provocativa contra el horror de la violencia?
Un caso similar podrían ser algunas de las piezas que la artista mexicana Teresa Margolles ha presentado; Obras como La tumba portátil, un bloque de hormigón en cuyo interior está atrapado un feto humano o acciones como embarrar una pared con grasa humana obtenida de operaciones de liposucción o vaporizar dentro de una galería, el agua con la que fueron lavados cadáveres humanos en la morgue para que los visitantes la respiren; han creado una gran controversia en los espectadores y críticos de arte; las expresiones de los visitantes al enterarse del material utilizado van desde dar un par de pasos atrás con expresión de asco hasta quienes acarician o acercan su nariz a la pared. Margolles hace patente que su intención es mostrar que el contacto con la materia viva, con los residuos del ser y la "periferia" del cuerpo, buscan un acercamiento con el cuerpo que desaparece/permanece, por efecto de una manipulación intencionada. Sin embargo en muchos casos hay "algo" que parece no terminar de convencernos, que algo de esa "incomodidad" o "asco" que nos produce su trabajo nos deja de manifiesto que no hemos terminado de definir cuando una pieza es arte y cuando no.
El horror como experiencia estética
Eugenio Trías sostiene, en su espléndido ensayo "Lo Bello y lo Siniestro" (España 1986), que lo siniestro constituye la condición y límite de lo bello. Según el filósofo español, lo siniestro nos remite a una revelación de aquello que debe permanecer oculto. Exponer lo que no debemos ver es una transgresión y una confrontación. Hacer público lo que debe ser privado (secreto) es siniestro, pero si se nos muestra de una forma "velada o diluida" nos puede llevar a una experiencia estética.
Quizá unos de los grandes maestros de la "revelación velada" de estos horrores es Francis Bacon. En los cuerpos desfigurados y mutilados que componen su obra, así como en esos rostros en el límite de la desaparición, no podemos dejar de evocar lo siniestro. Según Bacon, no es posible comprender nada en un retrato o una crucifixión, sino sólo sentir . El artista insistía en que sólo quiso construir imágenes y en que con ellas no quería decir realmente nada, no pretendió crear un arte trágico, ni quería que su obra fuese "interpretada"; esto es posible solamente si entendemos que lo que hay que comprender no es la obra en sí o al artista, sino a nosotros mismos, lo que hay que "interpretar" son nuestros propios sentimientos y experiencias que la obra nos provoca. Trías sugiere que el artista contemporáneo se enfrenta a la difícil tarea de revelar lo siniestro de manera cada vez más manifiesta. El artista hoy se encuentra justo en el borde de la "revelación pura" y el reto es no cruzar esa línea en la que su obra deja de provocar una experiencia estética y se convierte en algo grotesco que es rechazado con horror y asco.
Una fotografía mostrada en un periódico amarillista que acompaña la historia de un homosexual que asesinó a su pareja, cortó su cuerpo en pedazos y devoró parte de ellos, nos produce un malestar profundo y un rechazo inmediato; sin embargo el cuadro de Goya de Zeus devorando a sus hijos nos parece una "obra maestra". Trías sostiene que "una de las condiciones estéticas que hacen que una obra sea bella es su capacidad por revelar y a la vez esconder lo siniestro". El video de Teresa Margolles donde muestra una secuencia de imágenes de una joven: primero, sonriente y bella, luego, violada y asesinada, podría no diferenciarse mucho de las fotografías que publica la prensa de escándalos policíacos y hay quien opina que abusar del arte para denunciar la violencia y miseria de modo tan burdo y comercial, es ocultar la tragedia real.
Ciertamente el arte, a través de la historia, ha fungido su papel revelador con airosos aciertos. Según Arnold Hauser, las obras de arte son provocaciones con las cuales polemizamos aún cuando no podamos explicarlas. Las interpretamos de acuerdo con nuestras propias finalidades y aspiraciones y les trasladamos un sentido cuyo origen está en nuestras formas de vida y hábitos mentales. De ser esto cierto, tanto Sierra, como Margolles han realizado un espléndido trabajo, sin embargo no dejan de ser cuestionables.
Me parece que uno de los factores que intervienen en esta controversia es la "autenticidad" que el artista manifiesta a través de su trabajo. Podemos decir que en muchos casos, la obra de arte habla más del artista que del tema que la conceptualiza y esto hace necesario saber y conocer el entorno y vida del artista para poder asimilar su trabajo. Pongo como ejemplo la obra del fotógrafo madrileño David Nebreda. Nacido en 1952, los 19 años de edad le diagnosticaron una esquizofrenia paranoide, que lo llevó a varias clínicas psiquiátricas. Años más tarde habiendo abandonado de manera voluntaria las terapias y tratamientos, decide dedicarse a la fotografía. Encerrado en su casa durante 20 años, sin tener contacto con la sociedad, se ha torturado continuamente con quemaduras, pinchazos, cortadas y llagas. Sometiéndose a dietas extremas y flagelaciones, su trabajo es una colección de autorretratos que simplemente muestran las consecuencias de estas auto-torturas. A pesar de que el trabajo de Nebreda provoca en muchos espectadores —al igual que la obra de Margolles— repudio y asco; en este caso hay una diferencia crucial, no sólo son reales las quemaduras en el pecho y las perforaciones del escroto y prepucio, sino que es el propio cuerpo del artista el que estamos viendo, él es la víctima y el victimario. Nebreda baja al abismo más oscuro de sí mismo y es él quien asume el riesgo; ante esto, no hay nadie que se atreva a poner en duda la autenticidad de su obra, manifestada como un intento por expresar su mundo esquizofrénico, indescifrable para los demás. Un psicólogo que lo atendió manifestó que "es necesario recordar que la obra de Nebreda es producto de su inseparable anormalidad mental y es por eso por lo que su fotografía resulta tan sincera".
Esto nos hace regresar a una de las preguntas iniciales ¿acaso sólo las víctimas tienen derecho a manifestar de forma auténtica el repudio a los horrores de este mundo?. Casi de manera inmediata pienso que la respuesta es "no", pero entonces ¿porqué será que consideramos más "sincera" la obra de Nebreda que las acciones de Sierra?.
Pienso en aquel célebre ensayo de Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproducción técnica (Frankfurt, 1936), que sigue siendo un punto de referencia fundamental en la teoría del arte contemporáneo. Benjamin define puntualmente el concepto de aura contenido en las piezas artísticas, pero más allá de esta conocida teoría, habla también sobre una tercera dimensión en la experiencia estética. Este tercer régimen, subraya Benjamin, caracterizado por la cosificación y el fetichismo en la experiencia estética, provoca una confusión entre el actor y el instrumento, entre el ser humano y la cosa. En este caso el filósofo alemán se referiría específicamente a la acción cinematográfica, al momento en que el actor de cine se "cosifica" no sólo en su capacidad de trabajo, sino también con su cuerpo, su piel y sus entrañas. Transformando al artista en una marca que le garantiza su valor como mercancía.
Este es otro de los puntos clave de estas grandes controversias, el arte contemporáneo puede poner en tela de juicio su credibilidad cultural, ética y social, pero ciertamente no compromete su valor comercial. Lo cierto es que no solamente hacemos un juicio de una obra por la apreciación de su valor artístico, sino que hay que reconocer que si la obra está valuada en dólares constantes y sonantes, la percepción e interpretación de la misma, será diferente. Al parecer lo que más molesta de algunas acciones de Sierra no es que contrate a un grupo de prostitutas que se dejarán tatuar en pago a una línea de cocaína. Lo que estorba es que el artista obtendrá varios miles de euros por la pieza. Quizá no es tan brutal que Teresa Margolles muestre un video en denuncia de los terribles asesinatos de cientos de mujeres en Ciudad Juárez, lo que nos disturba es que el video será vendido por su galería a coleccionistas y museos que lo que menos les interesa es el contenido social de la pieza.
En principio me parece fundamental abandonar la idea de que la transgresión es en sí misma una manifestación artística. Deshollar cadáveres, masticar carne cruda, introducir objetos punzantes y lacerar el cuerpo no es de por sí "arte", pero pareciera como lo plantea el crítico italiano Mario Perinola, que actualmente el juicio estético ha sido alterado, pues "ya no es estéticamente interesante lo que complace a la opinión pública, sino lo que la irrita y la escandaliza".

lunes, 4 de agosto de 2008

¿Por qué en defensa de la humanidad? Francois Houtart

La red En Defensa de la Humanidad ha tenido su primera iniciativa en México, en octubre 2003. El gran inspirador de ese encuentro fue Pablo González Casanova, antiguo rector de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se planteó la importancia de defender hoy día no sólo ciertos derechos particulares, sino la humanidad misma y su posibilidad de existir en el futuro.
Eso nos lleva a reflexionar sobre el papel de los intelectuales, en un sentido amplio. Podemos afirmar desde el principio que si los intelectuales no están comprometidos, no tendrán credibilidad; por lo que si no son críticos, no serán útiles.
Comprometerse en la defensa de la humanidad con todos los que luchan en cada nivel de la realidad social, es la primera exigencia. Se debe realizar con gran humildad frente a los que dan su vida en resistencias cotidianas y luchas crueles. Pero tampoco se debe tener miedo a la teoría. Para evitar que los "logros", como decía Rosa Luxemburgo, se transformen en lo contrario de la emancipación, el papel del pensamiento crítico es fundamental.
Los intelectuales son actores críticos, no como instancias olímpicas, sino como actores conscientes de los mecanismos sociales, económicos y políticos, del carácter dialéctico de la realidad y del peso que significa el poder. Recordando siempre la utopía sin menospreciar los pequeños pasos, como lo decía Lelio Baso, en la orientación práctica del trabajo intelectual.
Al participar en la tarea ética de recordar los fines, los intelectuales tienen que intervenir en la defensa y la continuidad de la vida humana, hoy día destruida por la lógica misma del capitalismo. En la realización de estas tareas no podemos perder el sentido de la urgencia. Pablo González Casanova decía hace poco en México: "estamos al borde del caos; no podemos perder tiempo". El tiene razón y podemos ilustrar este propósito con dos reflexiones.
La crisis de acumulación del capitalismo, que fue al origen de la fase neoliberal de su desarrollo, nos lleva hoy a la "guerra permanente y preventiva". Se trata de un concepto teórico muy sutil y peligroso. Sus consecuencias jurídicas, por ejemplo, significan el abandono del habeas corpus y la aceptación de la tortura, como se votó hace poco tiempo en el Congreso de Estados Unidos. Se legitima también la existencia de cárceles secretas y finalmente el rechazo de los derechos fundamentales. Se trata de la consagración de la deshumanización. Sin embargo, la aplicación práctica va mucho más allá. Lo vemos en las guerras de Afganistán, Irak y Líbano; en las guerras de Africa central; en la extensión de las bases militares estadunidenses y la ayuda armada a ciertos gobiernos represivos, como el de Colombia; en las amenazas contra Cuba, Venezuela, Irán y Corea del Norte. El concepto de guerra permanente no es fruto del azar sino de una lógica perfectamente clara.
La segunda reflexión es sobre el carácter destructivo del capitalismo, que hoy día, como dice Samir Amin, sobrepasa considerablemente su carácter constructivo. Asistimos a la destrucción de la naturaleza y hasta el clima mismo; a la destrucción del trabajo y la exacerbación del valor de cambio, introduciendo todas la relaciones humanas colectivas en la mercantilización; a la destrucción del sector público y del estado de bienestar; a la agresión a las culturas; finalmente a la destrucción de la vida, base de la ética de todos los comportamientos, tanto individuales como sociales.
Hemos llegado por primera vez en la historia humana a una situación tal, para utilizar el vocabulario de Edgar Morín, que se está destruyendo la posibilidad misma de la reproducción y de la reorganización de la vida. Existe aún una posibilidad real de detener la evolución de lo viviente. Frente a esta situación se oye la queja de la naturaleza y el grito de los oprimidos que los intelectuales deben alimentar de esperanza. Frente a la muerte siempre existe la renovación de la vida. Sólo un esfuerzo conjunto de la práctica de la teoría permitirá oponerse a esta obra perversa y construir otra realidad. Las perspectivas son a largo plazo (la utopía a construir), a mediano plazo, pero también a corto plazo, es decir para responder a las necesidades inmediatas de los que mueren y sufren, no mañana, sino hoy.
Podemos concluir que la defensa de la humanidad no es un concepto vacío, sino un compromiso vital para todos nosotros.
(Fragmentos)
La jornada 21 de junio de 2006